¡Dame una C!, ¡dame una O!, ¡dame una C!, ¡dame una I!, ¡dame una N! ¡y dame una A! ¡COCINA! Permitdme que empiece con este guiño a la típica imagen de esos seres juveniles con pompones y faldas que hemos visto hasta la saciedad para introducir el objeto del comentario de este blog. Y es que aunque , ese podría ser, fantaseando un poco, el lema de una reunión de animadoras que le fascinara el mundo de los fogones, la cosa no va por ahí. El tema es más serio (sólo un poco más) Y está relacionado con una reflexión sobre la figura de algo, que a mi juicio está demandando la sociedad y para el que se podría acuñar el original nombre de animador sociogastrónomico, (¿por qué no?) es decir, alguien que ponga en valor el patrimonio gastrónomico, lo difunda y contribuya a su preservación. Pues, tal como expuse en el comentario anterior, opino que el patrimonio gastrónomico, en muchos casos, y más concretamente en este rincón de España que es Andalucía, no se le está prestando la suficiente atención, sobre todo teniendo en cuenta el valor que ofrece. Sin embargo, no dejamos de escuchar en los discursos institucionales o sectoriales las importancia del fomento o preservación de este tipo de bien y los esfuerzos que se están llevando a cabo. Pero sí ésto es así. ¿qué está fallando? ¿o qué estaremos haciendo mal?
A este respecto me viene a la cabeza el caso de dos zonas de España donde en este aspecto nos llevan bastantes posiciones de ventaja, como son Cataluña y el País Vasco, sociedades en las, por encima de modas, el culto al buen comer está tan enraizado con su idiosincracia que parecería una blasfemia el comer malamente. No obstante, si pensamos en donde está su punto fuerte, encontraremos que no es que esto sea el producto del esfuerzo de las instituciones ,o el mundo empresarial, porque no nos engañemos, no se trata sólo de una forma de vivir sino una forma de cuidar lo propio.
En otras zonas, entre los que podemos encontrar nuestro sur, sin duda amamos y vivimos lo nuestro, pero a veces no da la impresión de que lo cuidemos como sería lo deseable. Si a alguien en Andalucía le preguntaran sobre nuestro producto estrella, algunos te dirían el vino, otros, el aceite; pero, pienso que no son muchos los que conocen y/o comparten la gran sabiduría que esconden estos productos. Y es que desgraciadamente en el mundo actual somos más permeables a hábitos,que sin duda nos han hecho la vida más fácil, pero nos han despojado de nuestra esencia como sociedad. De esta manera nos hemos convertido en un árbol con raíces poco profundas que se tambalea fácilmente ante el viento de lo ajeno.
Ante este hecho, y retormando la cuestión incial, no creo que nos encontremos en situación de poder vender tradición y patrimonio gastrónomico sin ser conscientes de lo que significa y cómo nos afecta, o dicho de otra modo más poético, no podemos vislumbrar un horizonte nítido a la hora de ponerlo en valor, sin tener los pies bien asentados sobre la realidad. El enfoque más adecuado de la cuestión consistiría entonces en asumir mayor dinamismo a la hora de entender y poner en valor este patrimonio tan poco cuidado. Eso sí , si tenemos claro que es terreno abonado para dinamizar aspectos tales como: el turismo, la juventud, los colectivos sociales.,etc. Bueno, pues, ¿por qué no en la cocina/gastronomía? No es éste un bien social . Yo pienso que sí, sobre todo, a tenor de las veces que aparecen estas cuestiones en los medios, llegando incluso a ocupar un lugar destacado en el discurso de los políticos? Lo que si creo es que es para meditar sobre ello. Y ya rizando el rizo, y jugando a la libre especulación, podría existir un museo de la gastronomía que represente a las distintas cocinas regionales? Sí, ¿por qué no.?¿No es la cocina un aspecto del patrimonio tan exportable como es el arte, la historia o el folclore? Ahí dejo eso. Sea como fuere, lo que está claro que si la gastronomía es un valor en sí misma, pongamos sobre la mesa lo que lo hace valioso para comprobar su potencial, pues sino asistiremos a la construcción de otro bonito castillo en el aire de los sueños incumplidos.